Anbessa (Italia-Etiopia, 2019), un documental dirigido por Mo Scarpelli y estrenado en la Berlinale de 2019, retrata los andares de Asalif Tewold en la periferia de Addis Ababa, Ethiopia, un lugar en donde se contempla la disimilitud entre la promesa del progreso y el alcance ominoso de la realidad.
Es natural que con el crecimiento de la ciudades surjan conglomerados de viviendas dispersos inconsecuentemente en las periferias, como sucede en la zona conurbada de la Ciudad de México, por decir algo. Estas locaciones se presentan como una oportunidad de calidad de vida renovada — misma que a la postre se muestra indgina y en algunos casos, inhumana — para quienes puedan permitírselo. En el caso de Anbessa, el vasto complejo de condominios representa también para Etiopía una transición hacía la occidentalización aún en proceso. Si bien, Mo Scarpelli planeaba discutir cómo las recientes transformaciones urbanas impactan a los habitantes de la zona,¹ terminó por elaborar, en alguna medida, la misma temática a través del pequeño Asalif con el añadido personal e íntimo que se manifiesta en el pasar de los días con su madre, quien también, como él, sobrevive, ya no en el complejo de condominios sino en la coyuntura que se desenvuelve tras los pasos agigantados y egoístas dados sobre una tierra que ya no es más.
El estilo de Mo Scarpelli es elocuente y sincero al mostrar la existencia de Asalif como puramente imaginativa en el sentido de que la realidad que lo circunda, como en cualquier niño o niña de diez años de edad, es remplazada por una aventura siempre en ciernes. Un mundo propio en el cual la curiosidad guia su recorrido como un fuego obstinado que se aviva con cualquier esfuerzo por extinguirlo. La cadencia de las tomas permite relacionar de forma más inmediata al discurso anímico del joven Asalif con su intrínseca forma de percepción que en algún momento, se nos advierte, es brillante. No es difícil enterarse de la significación de su lenguaje y movimientos a través del ojo fílmico de Mo Scarpelli. Aunque en la realidad — a nosotros, los espectadores — nos es palpable la brecha económica entre los otros niños del conjunto habitacional y Asalif, para él lo anterior es en principio inexistente, sin embargo, conforme transcurre el documental sus expresiones, y sobre todo su peculiar mirada de tintes que anuncian una tristeza ennegrecida o una esperanza ámbar, nos arrojan genuinamente a pensar que su realidad circundante e inmediata comienza a concernirle.
En Anbessa, el tiempo transcurre con Asalif. Su resiliencia, casi inconsciente, no descuida su ingenuidad. Ambas características se conjugan en la antesala a un breve viaje de transformación, en el devenir que nos acerca a ese sentimiento catártico al contemplar por vez primera la maldad ajena, de la cual, su madre sin titubeo le advierte al decir que “es a los humanos y no a las hienas a los que hay que temer”. Asalif, al soñar con la luz, literal y figurativamente, al tener el anhelo de ser el Anbessa — león en idioma amhárico — que ahuyentará a las hienas, también literal y metafóricamente, condensa la esperanza de que en el aburrimiento cotidiano de un niño con su inventiva, anida ya la virtud de que quizá no es en vano esa búsqueda de algunos cuantos por vivir dignamente.
[1] Interview with Mo Scarpelli, BFI, 2019, https://www2.bfi.org.uk/news-opinion/sight-sound-magazine/interviews/mo-scarpelli-anbessa-documentary-asalif-ethiopia-development-truth-progress